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Terapia sin fin: ¿evolución emocional o dependencia encubierta?

Recientemente, escuchaba a una actriz conocida comentar que lleva asistiendo semanalmente al psicólogo desde los 11 años, y que considera esta práctica como un "gimnasio mental" al que planea asistir toda su vida. Este testimonio me ha llevado a cuestionar un tema clave en nuestra profesión: ¿hasta qué punto es saludable y éticamente aceptable que la terapia psicológica se convierta en algo perpetuo?


La realidad es que algunos psicólogos, consciente o inconscientemente, favorecen una dinámica de dependencia en la que los pacientes asisten semana tras semana, año tras año, sin llegar a adquirir nunca una verdadera autonomía emocional. Esta práctica, desde mi perspectiva profesional, constituye una mala praxis porque fragiliza emocionalmente al paciente, haciéndole creer que necesita de forma permanente al terapeuta para funcionar emocionalmente.


Desde mi punto de vista, el objetivo esencial de la psicoterapia debe ser exactamente el contrario: fomentar y potenciar la autonomía emocional del paciente. El psicólogo debería desempeñar un rol activo y breve en términos relativos, con etapas bien definidas: abrir, intervenir y cerrar procesos terapéuticos, proporcionando herramientas claras y fomentando una independencia emocional que permita al paciente afrontar sus propios desafíos con seguridad.


Aunque esta perspectiva atente contra el interés económico del terapeuta (más sesiones implican mayores ingresos), considero que la ética profesional debe prevalecer sobre cualquier otro interés. Nuestro objetivo como psicólogos debería ser precisamente conseguir que nuestros pacientes nos necesiten cada vez menos, no más. Para mí el verdadero éxito terapéutico reside en lograr que nuestros pacientes puedan caminar emocionalmente por sí mismos, no en crear una dependencia perpetua del profesional.


 
 
 

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